Un libro, un monje y una tríada.

 Querido amor


Querido amor:

Hace cinco meses que mis ojos ya no se encuentran de frente con los tuyos. Hace cinco meses que nuestras miradas no se cruzan. Nuestras existencias han sido separadas. Sé que ha sido duro y todavía lo sigue siendo, a mi me pasa lo mismo. Si bien yo si puedo verte y oírte, mis palabras son sordas para tu oído; estoy muy lejos.

Te veo, desde acá en lo alto, como tus cabellos caen día a día, que tus ojos pesan cada vez más y como tu energía se debilita. Intentaste conservarte en la fé, pero ya no te levanta nada. Te veo con tu túnica, mirando hacia el patio de la abadía llena de jazmines, con una expresión de profunda tristeza. Te veo y quiero decirte todo lo que siento. 


Es duro vivir en la altura y no poder decirte todo esto. Por esto, es que te escribo. Hoy es la carta 153 de este libro que te estoy escribiendo. Cuando llegué, me lo dieron y me dijeron que lo podía enviar de vuelta en 5 meses. Hoy por fin voy a poder decirte todo lo que te quiero decir. Creo que ya lo mencioné mucho durante estas 153 cartas, pero recordá que no fue tu culpa. Hiciste todo lo que pudiste para salvarnos de ese auto en contramano. 

Te ama,

Jaz.


Una de esas mañanas, despertarías y pisarías sobre algo extraño. Un libro se encontraría bajo tu pie izquierdo. Tapa gris, lisa y misteriosa. Lo abrirías y leerías lo que dice la primera página. Comenzarías a llorar, y aquello que se habría visto desparramado por el patio de la abadía, una vez más habría sido sentido dentro tuyo.

El libro empezaría: "Querido amor:...".



Indicaciones

Una mañana  más en la abadía sonaban esas tenues campanadas. Ya no soy consiente si son campanadas de verdad o si están dentro mío. Todo pintaba que todo iba a seguir su ritmo de siempre; otro día que después de escuchar nuestros gloriosos cantos gregorianos, el día me seguiría encontrando con imágenes de mi despojo. Ya son cinco meses que vengo peleándola, la verdad que no se si me quedan muchas fuerzas. 

Esa mañana me desperté, pensando "Ahí va otro día más... o quizás un día menos". Me destapé, se senté lentamente en el borde de la cama. Extendí el pie izquierdo para dar el primer paso del día, y mi pie resbaló, y un ruido fraccionario se escuchó. Asomé la cabeza por el borde de la cama y vi ese libro gris. 

Debo decir que ese libro llamó mucho mi atención, su tapa era gris y lisa. Y todos los libros que tenemos en la abadía son de tapa negra, con la simbología del lugar. Mi curiosidad me incitó a abrirlo. Dentro de él se encontraban, en la primer pagina, una serie de pasos a seguir, con el titular "Como volver a ser feliz". Estaba un poco confundido y no sabia si era algún intento de ayuda de los otros monjes o si fue un mensaje desde otro plano. En mi mente no cupo duda de que era un mensaje.

Estas indicaciones decantaban a una travesía subacuática. Es como si quien haya escrito esas indicaciones, supiese que yo, antes de convertirme en monje, era buzo de altas profundidades. Esto me dio el indicio de que debía seguir esas indicaciones; no era una coincidencia, y, yo, que a esta altura poco color le quedaban a mis días, no tenia tanto que perder. 

Sin que los otros monjes supiesen, me escabullí y me tomé el colectivo que iba a la ciudad. Como decían las indicaciones, fui hasta mi antigua casa, que algunos recuerdos me trajo, agarre mi traje de buceo, y escribí "Te quiero" en una nota y la posé en la mesa del comedor. De allí, partí a comprar un tanque de oxigeno nuevo y me fui hasta donde indicaba el libro. Las olas del mar eran abrumadoras, y un rocío rozaba mi piel cada vez que la marea rompía en la orilla. Me puse mi traje, me colgué el tanque y empecé a nadar mar adentro. Era la primera vez que mi traje no me tironeaba el pelo cuando me lo ponía. La ubicación estaba a unos 2 kilómetros de la orilla. 

Llegué a la ubicación, y sabia que tenia que bucear, ir hacia las profundidades. Eran aproximadamente las 12 del mediodía así que podía ver bastante, o por lo menos es lo que pensaba. Llegué a los 60 metros de profundidad, y seguía, sabia que me faltaban máximo 10 metros hasta la altura de seguridad. Me detuve y observé los 40 metros que faltaban hasta el fondo del mar. Era mucho. Entré en duda, hasta que de una caverna subacuática una luz me iluminó el rostro y una voz que me resultaba familiar llamaba mi nombre. Seguí descendiendo. A cada metro que seguía, sentía cada vez mas la presión en mi cuerpo y como cada vez mi respiración se hacia más rara la. Metro a metro la presión siguió aumentando. Mi visión parecía desvanecerse braceada a braceada pero la luz estaba cada vez más cerca. 

De un momento a otro, la presión cedió, y fue ahí donde me di cuenta que ya estaba en la caverna. La luz se hizo absoluta y la figura de una sirena se posaba sobre una piedra. 

Sin saber bien que decir, de mis labios salieron unas vagas palabras

-Hola, ¿Quién sos?

Cuando la sirena volteó, no era una simple sirena. Era Jaz, mi novia, objeto de mi desgracia, que una vez mas me regalaba un reencuentro.




Entre la realidad y la ficción

El monje, ya exhausto por sus luchas, despierta una nueva mañana en la abadía. Se sienta sobre el borde de la cama y extiende su pie izquierdo para dar el primer paso del día. Su pie resbaló. Miro hacia donde estaba su pie. Debajo de él, ese libro. Ese mismo libro con el que acababa de soñar. Gris de tapa sin rostro. Confundido, lo tomó y se lo llevo a las piernas. Abrió en la primer página y se cara se iluminó. De la página, dos hadas se desprendieron . Unos cascabeles sonaron a la par de su aparición en la habitación.

-Hola Martín, somos tus hadas. No hagas muchas preguntas. Las respuestas las encontrarás dentro tuyo mas tarde. Te venimos a conceder 1 deseo. Elegí bien.

Con dificultades para procesar lo que tenia delante de los ojos, el monje se quedó mudo unos instantes. Y sin dudarlo, le dijo a las hadas.

-Quiero volver a verla. A ella. A Jaz. Es lo único que quiero. Ya no me queda nadie más.

Las hadas se miraron, y entendieron al instante. Vieron que roto estaba ese hombre. 

-Muy bien. Te vamos a conceder ese deseo. Pero no podemos darte un reencuentro vitalicio. Cuando suenen los cascabeles, tu deseo habrá finalizado. Prestá atención.

Las hadas fueron hasta el pasillo de la abadía que daba hacia los dormitorios y desaparecieron. Por el marco de la puerta, se pudo ver la figura de una mujer.

-¡Jaz!

-¡Martín!

Ambos se abrazaron como si el mundo se estuviese acabando. Lágrimas recorrieron sus mejillas. La vida parecía haber vuelto al cuerpo del monje. Su sonrisa brillaba, pero mas brillaban sus ojos cristalinos. 

En ese momento, unos cascabeles sonaron. Martin sabia que se había acabado. Pero la había vuelto a ver.


Martín estiró la mano desde la cama y desactivó su alarma de cascabeles que lo despertaban para ir a la universidad. En su rostro solo se percibía confusión y desorientación. Fue al baño y se lavó la cara. Había tenido un sueño bastante particular y él parecía saber cuando uno de esos sueños lo perseguiría en algún momento.

Ya despejado, fue hasta el living. Su mamá ya estaba despierta y estaba haciendo café. Un libro acariciaba la superficie de la mesa. Uno gris, de tapa sin rostro. 

-Mirá, te compré un libro de poesía.

En el índice marcaba: "Futuro"; "Recorrido"; "Historia de amor" ; "Tragedia inesperada"; "Desesperación"; "Abadía"; "Campo de jazmín"; "Hadas"; "Deseo"; "Cascabeles"; "Carta a mi mismo".

El ultimo titulo del índice eran unas hojas en blanco.  Por lo que el ultimo poema que recolectaba ese libro era "Cascabeles".

Se leería algo así: 

"

Cascabeles

 

Que serán sino los cascabeles

Alarmas para la mente

Quizás a veces crucen cables

Pero los verás en frente.

 

Frente a tu balcón,

Frente a tus ojos.

Ese cascabel avisa que viene el halcón,

Y no sé si solo te quitará los despojos.

 

Seria de buena fortuna

Que te deje acariciar la luna,

Llevarte a volar bien alto

Y poder condensar por lo bajo.

 

Quizás a veces los dejemos pasar,

Es ahí donde el rompe el llanto.

Y pasa por la puerta sin tocar.

Y vos con tantas preguntas,

Ya no puedo responder ni dónde ni cuándo.

"


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